jueves, 11 de junio de 2009

Votar por lástima o votar para progresar


Alex Brañez Zurita

“El voto es afectivo y no racional”, es un principio político que suele repetirme hasta la saciedad algún amigo politólogo, cada vez que le inquiero sobre el repetitivo absurdo de un país que apoya a uno u otro candidato ya sea por lástima, por resarcirlo de algún abuso de poder o por castigar los atropellos de algún gobernante, sin reparar en que el beneficiario de nuestro voto disponga de condiciones reales de poder o del carácter político necesario.

Pues bien, ese absurdo de que “votos son amores y no buenas razones”, es el origen del errático rumbo que ha adoptado un país acostumbrado a votar por pena o por rabia, antes que por apostar con su voto a resolver su situación de crisis de estado, subdesarrollo y marginalidad.

El principal recurso de gobernabilidad que encontró Carlos Mesa fue sin duda usar el prime time de la TV estatal para un culebrón quejumbroso que volcaba episódicamente ciudadanos (¿o serían televidentes?) a las calles, a maldecir la “conspiración” del viejo sistema de partidos y del sindicalismo cocalero contra el locuaz historiador.

Evo es presidente debido a que fue desaforado del parlamento por un sistema político que con eso buscaba anularlo políticamente y no hacer justicia, dándole argumento para plantear un discurso de victimización eficaz: “los oligarcas me botaron por indio”. Como si no bastara, su candidatura presidencial en 2002 fue públicamente vetada por un embajador de EEUU que trabajaba para Sánchez Berzaín antes que para el tío Sam y que logró que los asistémicos cerraran filas tras él.

Y hoy Víctor Hugo Cárdenas es otra vez candidato merced al incendio de su casa, al ataque a su familia y a la explotación comercial de otro lastimero aforismo que dice que “es tiempo de los indios” (aunque en honor a la verdad él ya haya co-gobernado con el Sánchez de Losada de la Capitalización).

Que nadie nos cuente de sus condiciones de estadista, cuando llegó a la vicepresidencia en 1993 como cuota de una estrategia de marketing centrada en la “inclusión" y brilló por su intrascendencia, y cuando en la actual coyuntura jamás descolló como opción sino hasta el extraño ataque a su inmueble.

Y no estoy aquí para negar el logro de la superación personal de Cárdenas, o el valor de la erudición de Mesa Gisbert o el mérito de un Evo que llevó al sindicalismo a superar su castración de poder, sino para distinguir los atributos de un catedrático, de un historiador o de un dirigente sindical de los de un gobernante. Es reprochable – lo hemos visto con cada uno de los anteriores – que baste capturar un grupículo de opinólogos con columna en el diario local para adjudicarse condiciones de poder de las que en realidad se carece.

Evo no fue el buen salvaje que el marketing nos vendió y que nosotros compramos; a Carlos Mesa la erudición le sirvió para cautivar pero no para mantener el brazo firme sobre el timón de un país que lo apoyó en todo momento; y definitivamente Cárdenas es un indígena distinto a Evo, pero carece del liderazgo, el carácter y la experiencia en gestión pública que demandará el siguiente gobierno para reencauzar este país en la vía de una reactivación productiva y una recuperación de los espacios que la institucionalidad le ha cedido al corporativismo en este último trienio.

Va siendo hora de que dejemos de votar contra alguien o a favor de alguien y empecemos a votar para resolver nuestros problemas; es hora de dejar de votar con el hígado o con el corazón. Después de todo, diciembre 06 es la última chance de tomar una decisión racional antes de perder la democracia.

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