viernes, 17 de abril de 2009

Carlos Mesa y el cuento del lobo


Ya estamos demasiado grandes para caer en el cuento del lobo y demasiado cansados de cálculos personales para creer en los renunciamientos políticos como actos de sacrificio personal.

Cuando alguien como Carlos Mesa anuncia su “declinatoria” a la candidatura presidencial, sólo dos sensaciones son posibles: Indiferencia, para con alguien de quien siempre se debe esperar la deserción ante las situaciones difíciles o incredulidad frente a un anuncio de renunciamiento de quién está acostumbrado a arrastrar a la opinión pública a sus juegos de popularidad.

Encarémoslo, hubo los que dijeron “se veía venir” y hubo los que dijeron “¿Será de verdad esta vez?” pero nadie, “absolutamente nadie” – Mesa dixit –, se tomó en serio tamaño anuncio, nadie se tragó de una semejante bocado.

Seguro hubo quienes reaccionaron con la indiferencia de quién ya se esperaba una movida así de él. Al fin y al cabo, Mesa está enfermo de un egoísmo monumental; hizo del país lo que su capricho le dictó; jugó a ser Dios. Debilitó la institucionalidad política con sus juegos de poder; alimentó a una bestia que creyó pero no pudo controlar y luego se desentendió de nuestro destino sin más.

Pero sin duda hubo también quienes reaccionaron con cauta incredulidad. Pasó el tiempo de creerle el discurso del desprendimiento y la generosidad, pasó el tiempo en que sus “actos de renunciamiento” podían volcar multitudes de respaldo y pañuelitos blancos a las calles. Nos mintió una, dos veces; nadie cae tres.

Nadie creería de buenas en un genuino renunciamiento de un personaje que ha hecho de su egocentrismo un culto. Con Carlos Mesa los “adioses” son – históricamente – un “hasta la próxima”. Ya escribirá un libro para contarnos por qué dijo adiós pero volvió; por qué se fue pero no nos dejó.

A nadie sorprendería que se tratara de otro “golpe publicitario” para trepar cinco puntos en las encuestas; que se tratara de un nuevo intento de manipular la opinión pública. Al fin y al cabo, Mesa ha sido el progenitor de esta ola de populismo mediático que endulza ojos y oídos con propaganda y adormece los estómagos con promesas que nunca se cumplen.

Pero, si es el caso, dudo que el efecto sea esta vez el mismo. Incluso su afición más devota – esas elites nostálgicas del huayralevismo – se cansaron de sus juegos crueles de amante púbero. Hay hastío del inmaduro que no sabe lo que quiere y que juega al abandono para saciar su frágil ego con reafirmaciones de devoción y ruegos para que no se vaya.

Genio y figura hasta la sepultura. Mesa electoralizó, en afán personal, la campaña del referéndum constitucional; nos empujó a las urnas del fraude para montarse después encima del 40% por el “No” y ahora anuncia que no va más. No sé si es el cuento del lobo o el cuento de “me voy para no volver”; no sé si juega a irse para crecer o si se va para no perder. Lo que sí es seguro es que Mesa nos miente otra vez.